CASAS Y CASONAS
Las primeras mansiones coloniales que se edificaron en el Cusco albergaron a conquistadores y encomenderos. Situadas en lugares privilegiados, transformaron los espacios nobles de la ciudad inca para convertirlos en palacetes de inspiración renacentista. Rápidamente, se abrieron patios, arquerías y zaguanes. Las fachadas introdujeron blasones, ventanas de ajimez y balcones de origen mudéjar. No sólo eran radicales innovaciones arquitectónicas sino símbolos de modos de vida distintos, además de adecuarse a nuevas funciones sociales. Muchas de esas casonas subsisten y han conservado -hasta nuestros días- el aspecto que le imprimieron sus primeros habitantes. Este proceso de adaptación de las estructuras prehispánicas constituye uno de los capítulos más sugestivos de la historia urbanística de América Latina. Los espacios abiertos de las antiguas canchas -alrededor de los cuales se disponían varias viviendas unifamiliares- fueron convirtiéndose en patios de casonas solariegas. Algunas casas conservaron el dintel trapezoidal incaico, sobre el cual se fueron adosando los escudos nobiliarios del nuevo ocupante, sencillas columnas clásicas y florones de gusto plateresco. La posición del zaguán no es central y simétrica, como en Lima, sino que se sitúa a uno de los lados e incluso en esquina. |
Esto impide ver el interior de la casa desde la puerta de calle. Sólo después de trasponer el zaguán el visitante descubrirá los típicos patios de corte renacentista, con arquerías de medio punto sostenidas por columnas de piedra en ambos pisos. Esta disposición resulta similar a la observada en los claustros conventuales, aunque en la arquitectura doméstica suelen alternarse dos o tres arquerías con corredores o galerías altas de madera labrada. Las escaleras, con graderías de piedra, solían ser de caja y se situaban en un ángulo del patio y a veces ostentaban ornamentación en relieve o figuras escultóricas, como el león de la Casa del Almirante. En las fachadas exteriores es frecuente observar reminiscencias medievales en las ventanas ajimezadas (divididas en dos por una columnilla central) o ventanas esquineras, con columnilla en el ángulo Tampoco faltan balcones de madera aunque, a diferencia de los limeños, son por lo general abiertos. Los hay ricamente labrados, al estilo "crespo" del barroco cusqueño, y también con paneles curvos, en los que aflora el gusto Luis XV o rococó, que se difundió hacia fines del siglo XVIII. Los materiales Los materiales utilizados son los típicos de la región. El Cuzco se caracteriza por superponer un segundo piso de adobe sobre el paño de muro incaico, cuyas piedras de andesita y traquita procedían de canteras cercanas a la ciudad. Además del adobe y la tapia - ya conocidos por los constructores indígenas - los españoles introdujeron el ladrillo, especialmente en portadas y arquerías de los patios. La madera, aunque escasa en la zona, se usó con frecuencia en corredores, galerías altas, balcones, balaustradas y, sobre todo, en los primorosos techos artesonados que cubrían algunas estancias. Para ello se trajeron alisos, sauces y cedros, desde los valles aledaños e incluso de la ceja de selva. Los techos se hicieron a dos aguas, provistos de tejas, eficaz protección ante las fuertes lluvias estacionales. Desde el siglo XVII, los fabricantes de tejas del pueblo de San Sebastián alcanzaron renombre y abastecieron a toda la ciudad, que hasta hoy aparece recubierta por el manto rojo de sus centenarios tejados. En cuanto a los colores de las casas cusqueñas, los especialistas sostienen que predominan el blanco, el rosado, el amarillo y el azul. El rojo procedía de la cochinilla, mientras que el azul añil se importaba desde Centroamérica. Hubo también una presencia importante de pinturas murales al temple, en los zaguanes, en las paredes interiores e incluso en los techos. Representaban variados temas, desde la iconografía religiosa cristiana y la mitología clásica hasta paisajes y escenas profanas, o motivos puramente ornamentales. Muchas de estas obras fueron parcialmente destruidas o permanecieron ocultas bajo sucesivas capas de pintura, sólo restauradas en los últimos años. Tanto en la construcción como en su decoración, las casas cusqueñas requerían el trabajo de numerosos maestros y artesanos especializados. Había desde maestros de obras y albañiles hasta canteros, carpinteros, pintores y doradores. Sólo excepcionalmente intervinieron en ellas los grandes arquitectos venidos desde Lima u otras ciudades, ocupados en la edificación de iglesias y conventos. De este modo, la iniciativa de los propietarios y la intervención de mano de obra indígena, cedieron paso a una creatividad cada vez mayor al servicio del tipo de vida y las funciones sociales generadas por la propia ciudad. |
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